Un antiguo manuscrito que data
del año 300 A.C, hallado entre las ruinas de la antigua ciudad de Alejandría,
narra un supuesto dialogo entre Darío, Rey de los Persas y Alejandro, Rey de
los Macedonios, que a continuación se reproduce:
Darío: Inclínate ante a mi majestad,
y como señor llevarás a la batalla a
millones de esclavos.
Alejandro: Sólo es señor,
aquel que a la batalla guía a hombres libres. El esclavo acepta el yugo de su
amo, por la esperanza que a su vez él oprimirá a otros.
Darío: ¿Y cuál es la
diferencia entre mis persas y tus griegos, dime Alejandro?
Alejandro: Mis griegos no
reconocen a otro amo que a sí mismos; tus esclavos reconocen como amos a un
millar; y como esclavos a otro millar. El que es Señor no inclina la cabeza
ante otro. El derecho natural del griego no es ser señores de otros hombres;
los griegos somos señores del Orbe, ese es nuestro derecho natural.
Darío: Si aborreces el poder,
entonces de daré tesoros, elige entre mis joyas más preciadas.
Alejandro: Ya tengo los tesoros
más grandes que cualquier hombre pueda tener: Virtud y Merito.
Darío: Tendrás Fama.
Alejandro: Ya la tengo
gracias a mis méritos.
Darío: Te regalaré Gloria.
Alejandro: Me ofreces lo
que no puedes regalar y lo que poseeré por derecho gracias a mi Virtud; porque,
mis acciones brillaran, y generaciones numerosas como las pléyades se
estremecerán al oírlas; pero, tú sólo serás recordado como el personaje
secundario de una comedia, que se opuso con su necedad a la voluntad del héroe.
Darío: Tras derrotarte, mis
esclavos marcharan sobre Grecia, y como lobos devoraran hasta los huesos a los
tuyos. Únete a mí, y los griegos se convertirán en lobos, o por lo contrario serán
sacrificados como corderos.
Alejandro: Un pueblo de
lobos, corderos con dientes en forma de puñales, no puede devorar a un pueblo
de Águilas. Aquí en Grecia, sépalo Darío, las Águilas devoramos a los
lobos y corderos por igual.