jueves, 11 de agosto de 2011

LAS DOS ÁGUILAS Y EL VIENTO


En las alturas de las montañas habitaba una joven águila que aún no había aprendido a volar. Convencida que ya había llegado el momento de abandonar el nido, y teniendo el vuelo como empresa fácil, extendió sus alas y emprendió una precipitada carrera creyendo así que el viento trabajaría a su favor; sin embargo el soplo del céfiro en lugar de elevarlo creaba resistencia sin permitirle alcanzar las alturas.
Llegó a la conclusión, que siendo el viento un obstáculo, debería esperar a que este cesara. Y así lo hizo; y aunque logró elevarse, sus vuelos no eran más que simples planeos en descenso.
Pasaron algunos años convencido de que volar no era más que caer lentamente. Cierto día, divisó en las alturas un majestuoso compañero que planeaba alrededor del círculo solar. Aquel portento del vuelo,  maniobraba a su antojo, ora en picada, ora en caída libre, ora en barreno, ora elevándose de manera repentina.
Tras un par de horas de vuelo, el visitante aterrizó al lado de su congénere que lo observaba con admiración por su dominio aéreo. Luego de intercambiar algunas palabras de cortesía, la más joven de las aves preguntó cómo hacía para sostenerse tanto tiempo en el aíre.
La más experimentada de las águilas respondió: -Sabes, es el viento el que me impulsa. Y cuando el viento parece haberse mudado a otro sitio, me elevó allí donde aún sopla”.
-Yo he intentado volar con el viento –dijo el joven-. Pero en lugar de impulsarme, me mantenía anclado en la tierra.
-Lo que te ocurre es algo común entre los más jóvenes de nuestra especie. Deben seguir intentándolo hasta triunfar sobre la fuerza eólica. Con el tiempo la potencia de tus alas sobrepasará la resistencia del aíre.

Moraleja


En ciertas ocasiones los problemas que no nos permiten elevarnos, son los mismos que luego nos permiten volar hacía las alturas. Si quieres remontarte a mayores alturas, utiliza los problemas como oportunidades.

sábado, 30 de julio de 2011

ERNESTO ESPERA EL AMANECER FRENTE AL MAR.


Antes del amanecer, Ernesto se despertó, frotó sus ojos con los nudillos de sus manos, se puso de pie, tomó una silla del comedor y salió corriendo al bosque.
Atrás dejó su casa blanca de techo rojo de dos aguas. Atrás dejó al gallo adormilado que pugnaba consigo mismo por despertarse. Atrás dejó los arboles de hojas cobrizas dispuestas a cometer suicidio.
Corrió hacía a la montaña, aquella que hunde sus faldas orientales en las negruras del mar. Aún el cielo era como el ébano.
Dispuso la silla de madera en la cima de la colina, y se sentó en ella. Esperaba que el sol asomara con destellos dorados desde los abismos oceánicos.
Y esperaba. Y dos horas siguió esperando. Revisó su reloj de oro que le regaló su abuelo, el día en que el anciano había considerado el objeto demasiado viejo para lucirlo en público.
-Es extraño –se dijo-. Ya han pasado 120 minutos  y 36 segundos y el sol no se digna a mostrar su rostro.
Ernesto, era un hombre bastante racional. Le gustaba tomar distancia de aquel, tocayo suyo, personaje de Novalìs que llevaba por apellido Von Ofterdingen. Él no tenía nada que ver con sueños, ni con flores azules, ni romanticismo. Para nuestro Ernesto sólo importaba la ciencia, el cálculo y la objetividad. “Las cosas son o no son” y “Ver para creer”.
El problema radicaba en que su biblioteca, de la cual estaba bastante orgulloso, la constituía una sola enciclopedia, y de nivel escolar. El libro había pertenecido a un tal E. Gorgias, aparentemente un familiar suyo, que por efecto del paso del tiempo no llevaba su apellido. Como dato curioso podemos agregar que el tal Gorgias había vivido hace 100 años, y habitado en las regiones ecuatoriales.
 Así que debemos suponer que el conocimiento de Ernesto no era tan amplio como él hubiese deseado, ni actualizado como debería, ni tanto como le convenía.
Sin embargo, nadie le podía criticar por faltarle perseverancia. Y día tras día, se sentó en la colina, frente al mar, esperando que el astro rey apareciera.
Pasaron seis meses, tiempo más que suficiente para que un hombre con dos dedos de frente sacase una conclusión de sus observaciones. Abrió la enciclopedia en el apartado de astronomía, y escribió al pie de un párrafo que trataba sobre “El Día y la Noche”: “Es mentira. El sol nunca aparece”. Tesis bastante arriesgada puesto que en años anteriores había visto al sol asomarse por el oeste.
Recogió su silla, tomó su libro y emprendió el camino que llevaba a su casa, convencido que aquel cuento del sol era una farsa, una simple elucubración de soñadores. “Es inamisible que un libro de ciencia, que se considere serio, publique un artículo de ciencia ficción, buscando engañar a los más jóvenes y menos instruidos”.
En el camino dos hombres tiritaban por el penetrante frío polar. Uno le decía al otro: “El invierno siguiente me mudo de Polo. No aguanto otros seis meses de oscuridad total”. “Te comprendo  –agregó el otro-. Seis meses sin sol es como para volver loco al más cuerdo”.
En este momento, en el que Enrique unta mermelada en una lonja de pan que se convertirá en su desayuno, me viene a la memoria aquel hombre que aseguraba que los pigmeos del Congo eran sólo un cuento, ya que en toda su vida no había visto ni uno sólo (nunca viajó al Congo).

lunes, 6 de junio de 2011

La Noche le dijo al Día



La Noche le dijo al Día: Me siento afligida, porque cuando aparezco los niños dejan los juegos, las mujeres cierran las ventanas y corren las cortinas, los hombres atrancan las puertas, las almohadas son aplastadas. Siempre me encuentro sola.
El Día también confesó su aflicción: Igual me ocurre a mí. Pero no es la soledad lo que me molesta. Es la falta de ella. Apenas sale el sol, las ventanas se abren de par en par, la gente se vuelca a las calles, los niños juegan en los jardines y las sombrillas brotan de la arena.
Ambos guardaron silencio. Después de transcurridos unos cuantos segundos la Noche suspiro y dijo: Si tuviera algo de día.
Como respuesta a su comentario el Día dijo: si tuviera algo de noche.
Luego, poseído por una buena idea, propuso: Te daré algo de sol. De esta manera tus horas no serán tan oscuras. La Luna, conmoverán las emociones de las personas tendiendo sus deseos a buscar diversión, volcándose a las calles, así estarás animada cuando lo desees; y cuando no, te bastará con apagar la lámpara.
La Noche, alentada por la propuesta del Día, propuso  a su vez: Te daré algo de mi oscuridad. Cuando desees estar solo, cubrirás el sol con los nubarrones negros que te obsequiaré, entonces podrás caminar por las calles sin que nadie te moleste, cuando quieras mojar las aceras con tu lluvia de melancolía.
En los días de luna, los hombres dirán que hermosa es la Noche.
En los días sin sol, los hombres se preguntarán a dónde se fue el Día.

sábado, 28 de mayo de 2011

LOS DOS GATOS

Un gato había engordado tanto que no podía echar a andar y yacía tendido quejándose de su mala fortuna. Otro gato, que era conocido por ser un eficiente cazador y por tener un gran corazón, al verlo se compadeció de su suerte.
-¿En qué te puedo ayudar?- preguntó el cazador.
-Necesito cazar para no morir de inanición; sin embargo mi voluminoso tamaño me impide hacerlo- se lamentó el gato gordo, para luego continuar: -Si tú pudieras cazar por mí, sin duda alguna, los hados verían tu desinteresada acción con buenos ojos.
 El buen cazador conmovido por el lamentable estado en el que se encontraba su colega se comprometió a brindarle sus servicios. Presto, se dispuso a cazar, y no pasó mucho tiempo cuando regresó con dos ratones, que el gato gordo devoró con avidez.
-Aún tengo hambre –reclamó-. Aún no puedo mantenerme en pie.
Obligado por la lástima que sentía, regresó a la cacería y trajo consigo otro par de roedores. Pero el hambre del gato gordo no parecía saciarse. Fatigado el gato fue en busca de más presas, pero esta vez sus fuerzas sólo le alcanzaron para una sola.
Con el ratón en la boca, sujetándolo por la cola, el gato fue al encuentro de su compañero.
El roedor, enterado del chantaje del que era objeto su lazador, le espetó: -¡Tonto, no vez que mientras más los alimentes menos serán sus posibilidades de ponerse en pie! Te ata la lastima; pero no deberías sentirte comprometido a ayudarlo, ya que su mal no proviene de la fortuna sino de sus acciones. Haciendo pasar mal por bien, abusa de tus buenas intenciones.
El gato que cayó en la cuenta del engaño del que era objeto, liberó al ratón y se marchó sin dar explicación alguna a su protegido.

-Hay personas que buscan que se condolezcan de los males que le acarrearon sus displicencias para ser proveídos y, así, continuar con sus vidas perezosas-

viernes, 13 de mayo de 2011

CÓMO LULA DA SILVA LE AYUDÓ A UN COMPAÑERO CONSEGUIR EMPLEO.


Esta historia es verdadera, aunque por su simplicidad pueda parecer inverosímil. A manera de probar lo que a continuación narraré me serviré de una sencilla herramienta  (método utilizado por los físicos y la Teoría General de Sistemas).
Imaginemos un segmento de tubo, de aquellos que se utilizan para tender las redes de alcantarillado. Ahora imaginemos que por el extremo “A” del tubo ingresa un ratón; tras el ratón ingresa un gato hambriento. Después de un par de segundos vemos salir por el extremo “B” del tubo al gato. ¿Qué podemos inferir? Aunque no lo hayamos visto, podemos deducir que el gato devoró al ratón dentro del tubo.
A este método se le llama “La Caja Negra”. Teniendo en cuenta sólo los Ingresos –en este caso el ratón perseguido por el gato- y las salidas –el gato-, podemos concluir lo que aconteció dentro de la caja.
Cuando mi otrora compañero de la universidad me contó cómo había conseguido el empleo de su vida, me negué a creer la forma en que, según él, lo hizo. Sin embargo, ante mí tenía dos hechos ubicados en dos puntos distantes en el tiempo: Primer punto, un compañero desempleado con una Hoja de Vida pobre, es decir poca experiencia y poca capacitación; y  Segundo Punto, un compañero con una Hoja de Vida Pobre con un empleo que podría bien ser el sueño del más ambicioso.
Andrés, me reservaré sus apellidos para no pecar de infidente, era una de esas personas que se le puede denominar un “Buen Hombre”. Era un bonachón incorregible que ponía los intereses de los demás sobre sus propios intereses. Gracias a esta cualidad, y si a eso le agregamos su falta de agresividad, había perdido un sinnúmero de oportunidades.
A los 28 años, Andrés sólo ostentaba el grado de Bachiller, y este era el único diploma que tenía. Sus empleos anteriores consistían en breves trabajos de medio tiempo. Aún hoy recuerdo al loco Andrés llamándome para avisarme que el Supermercado de la vuelta contrataba estudiantes universitarios y de carreras técnicas para realizar el inventario de sus existencias.
Con el tiempo se le hacía cada vez más difícil encontrar un empleo. Incluso era considerado demasiado mayor para ser tomado en cuenta para las labores de inventario en las bodegas.
Pero la necesidad lo apremiaba a conseguir un puesto de trabajo en el menor tiempo posible. Se inscribió en una de esas bolsas de trabajo que hay en internet, la cual revisaba de manera diaria a fin de constatar si habían publicado un anuncio que se ajustase al Resumen de su Hoja de Vida, el cual rezaba así: “Bachiller en Economía”.
Andrés postulaba a todo anunció cuyos requerimientos se ajustasen lo más posible a sus especificaciones (p.e: Bachiller en Economía con conocimiento de inglés Intermedio; Bachiller de Economía con experiencia de tres años en el Área de Finanzas, etc).
Muchas de las empresas a las que postulaba no se dignaban a llamarlo. Otras, que lo habían citado para una entrevista, al final del día le decían que no contaba con la experiencia requerida para el puesto.
Debemos imaginar lo derrotado que se sentía el bueno de Andrés en aquellas ocasiones.
Así pasó casi un año. Cierto día encontró, en la bolsa de trabajo virtual, el anuncio de una empresa prestigiosa convocando economistas para que postulen a la posición de Jefe de Logística: Excelente salario, Capacitación constante, Vehículo, derechos de ley, etc.
No es que Andrés pensara que tenía alguna oportunidad. La empresa como daba, pedía, y los requerimientos eran inalcanzables.
-Aunque volviera a nacer- se decía Andrés para sí.
Ahora bien, una extraña fuerza lo impulsó a dirigir el cursor del ratón de la computadora hacía el botón azul rotulado con la etiqueta “Postular”. Tal vez había perdido tantas veces que ya no le apenaba perder una vez más; tal vez sentía que no teniendo nada que perder, tenía todo por ganar.
Aquel día Andrés se acostó temprano. A las 8 de la noche el teléfono timbró. Él contestó. Era la Empresa. Querían otorgarle una entrevista.
Aunque no pudo dejar de sentirse feliz, se encontraba consciente que no tenía ninguna oportunidad de obtener el empleo. –Soy sólo un nombre para completar una lista de 100 candidatos- se decía entre sueños.-Aquel trabajo ya tiene dueño, y están llamando a la gente menos calificada para asegurarle la bacante a otro.
Como se le había quitado el sueño por la emoción, prendió la tele. Saltando de canal en canal se dio con una biografía del ex presidente de Brasil: Lula da Silva. Aquel hombre le daba bastante curiosidad, aunque no sabía mucho de su vida. Se sorprendió al enterarse que a pesar de sólo tener un diploma de tornero, Lula había llegado a ser considerado el mejor Presidente que había tenido país alguno de Latinoamérica. Y pensando en ese dato curioso se fue a dormir.
El día de la entrevista, no obstante había prestado bastante cuidado con su arreglo físico, se mostró bastante relajado. Esta falta de tensión tal vez impacto de manera positiva a la entrevistadora. En el rostro de  Andrés se dibujaba un gesto de compresión. Sabía muy bien que una entrevista laboral siempre seguía la misma rutina; pero le agradaba que, a pesar de todo, la entrevistadora no lo tratase como a un excluido desde el inicio.
Al final de la entrevista Andrés escuchó aquella frase recurrente: “Lo siento pero no cumples con las calificaciones requerida. De igual manera, si encontramos algo que se ajuste a tu perfil, nos comunicaremos contigo”.
Andrés sonrió, luego guardó unos segundos de silencio. –Sabes –le dijo como si reflexionará-, estoy seguro que has oído hablar del ex presidente de Brasil, Lula da Silva –la entrevistadora asintió extrañada. Andrés continuó: -él, a pesar de sólo contar con un certificado de obrero, es considerado el mejor presidente que ha tenido cualquier país de Latinoamérica. Yo, que tengo una diploma de Bachiller, porque no puedo ser el mejor Jefe de Logística que haya tenido esta empresa –se puso de pie le estrechó la mano a la entrevistadora y se marchó diciendo en tono travieso: -Espero su llamada.
A pesar de de las pocas probabilidades que tenía, recibió la llamada ganadora: ¡Acércate a la Oficina de Recursos Humanos de la empresa, a fin de que firme su contrato, señor!
De esta manera, Lula da Silva ayudó a un compañero a conseguir el empleo de sus sueños.

sábado, 7 de mayo de 2011

EL LEÓN Y LA HIENA.

En cierta ocasión, el Rey de la Selva, el León, regresaba al bosque, después de descansar en las cuevas que perforaban las faldas de las montañas. Tal fue su sorpresa al ver en su tierra a una vieja hiena. El León, que era reconocido por su justicia, permitió que aquel despreciable animal cazase dentro de su propiedad.  Sin embargo su indignación no se hizo esperar cuando cayó en cuenta que la Hiena reservaba para sí las mejores piezas.
 El León, demostró su enojo mostrando los dientes; pero la Hiena, tan mañosa como era, inclinó la cabeza y metió el rabo entre las piernas en señal de sumisión. Siendo un rey compasivo, que no se permitía humillar a sus súbditos, ni permitir que se realizase cualquier tipo de humillación en su presencia, decidió dejar que la vieja bestia cazase de la mejor manera que creyera conveniente.
Al día siguiente, cuando el León regresó al bosque lo encontró invadido por innumerables hienas que habían devorado a todos los ciervos, dejando el área desierta. Enojado, el rey de la selva arremetió contra los invasores, pero superado en número fue expulsado de su propio territorio y condenado a padecer hambre.
Moraleja:
No confié de los pusilánimes ellos ven en la compasión un signo de debilidad.

miércoles, 27 de abril de 2011

El Secreto de la Piedra Filosofal.


En cierta ocasión dos hombres buscaron la tutoría de un maestro alquimista. Querían conocer los secretos de la Piedra Filosofal: aquella joya que convertía el plomo en oro. Con este fin emprendieron un largo viaje que los llevó a pueblos allende de las montañas.
El Maestro Alquimista, antes de enseñar a sus discípulos la fabricación de la Piedra Filosofal, llenó la testa de sus jóvenes alumnos con formulas y símbolos químicos.
Tras varios años de arduo estudio, creyó que sus alumnos estaban preparados para aplicar lo que habían aprendido.
-Ahora deberán abandonarme- dijo el Maestro Alquimista-. Y, de igual manera que hizo mi maestro, yo, les obsequiaré tres barras de plomo a cada uno. Deben prometerme que al final de dos décadas, hayan tenido suerte o no, regresarán a verme. No deben olvidar, lo que según mi viejo maestro es lo más importante de la Alquimia: No intenten forzar las leyes por las que se rige el Universo.
Aunque los discípulos no lograron comprender las últimas palabras de su mentor, partieron con los corazones llenos de esperanza. Aquellos años de estudios tenían que ser recompensados.
Los dos hombres regresaron a sus pueblos y se retiraron de la vida pública. Cada cual con sus piezas de plomo en frente aplicaban los conocimientos que habían adquirido, con la finalidad de convertir el metal corriente en valioso oro.
Pasaron los años y la tarea parecía imposible. Uno de los hombres, tras años de derrota, hizo un alto en sus labores para reflexionar. Lo mejor era acabar con aquella obsesión que lo había llevado a la ruina. Vendió la pieza de plomo que le quedaba y compró unos rollos de tela: haría vestidos de corte extranjero, según la moda de los pueblos que había visitado allende a las montañas,  para vendérselos a las mujeres de su pueblo.
Sin embargo, el otro hombre no cejó en su intento y demostrando un gran espíritu continuó por el camino de la alquimia. Había oído que su otrora compañero se había dado por vencido. Así que se felicitaba a sí mismo por su perseverancia.
Pasada dos décadas, ambos hombres, tal como lo habían prometido, regresaron con su antiguo mentor.
Al verlos el Maestro, pensó distinguir cuál de los dos había logrado convertir el plomo en oro.
-No me equivocaré en afirmar que tú no conseguiste convertir el plomo en oro- dijo el maestro dirigiéndose al hombre vestido con harapos y que andaba sujetado de un tosco cayado.
-Así es, maestro. Fracasé en la misión que me encomendó –dijo el mendigo mirando al suelo.
-Sin duda alguna eres tú el que logro transmutar el sucio metal en valioso oro- afirmó el maestro dirigiéndose al hombre que vestía con ropas lujosas y que venía montado en brioso corcel blanco sujetado con bridas tachonadas con diamantes.
-Siento decirle, Maestro, que yo tampoco logré convertir el plomo en oro- dijo el hombre rico- Aún así, aplique al pie de la letra lo que había aprendido, y a eso se debe mi fortuna.
-Y, dime, si aplicaste al pie de la letra lo que te había enseñado ¿por qué no lograste transformar el plomo en oro? Y siendo así ¿Por qué dices que le debes tu fortuna a mis enseñanzas?
-Es muy sencillo de explicar, Maestro. Antes de partir usted nos aconsejó: “No intenten forzar las leyes por las que se rige el Universo”. Después de varios años de intentos infructuosos caí en la cuenta que es imposible convertir el plomo en oro; así que decidí persistir de aquella empresa. Vendí lo que me quedaba de plomo y compré telas, con las cuales, con ayuda de mi esposa, confeccione vestidos según la moda extranjera, que causaron la admiración de las mujeres de mi pueblo. Como lo semejante atrae a lo semejante, los viajeros que visitaban nuestro pueblo no podían dejar de admirar el éxito que había alcanzado. Algunos comerciantes adinerados me propusieron abrir negocios en otros pueblos del país. Ellos deseaban vender los diseños que comerciábamos en mi pueblo. Yo les dije, que estos diseños se vendían por ser novedosos; y que en los otros pueblos estos vestidos se tenían por trajes típicos. Así que les propuse vender vestidos con diseños típicos de mi pueblo, lo que sería considerado como novedoso en los pueblos allende a las montañas. Así poco a poco, fui labrando mi fortuna.
El maestro, después de reflexionar por unos segundos, dijo soltando una resonante carcajada: A eso se le llama convertir el plomo en oro.