Un gato había engordado tanto que no podía echar a andar y yacía tendido quejándose de su mala fortuna. Otro gato, que era conocido por ser un eficiente cazador y por tener un gran corazón, al verlo se compadeció de su suerte.
-¿En qué te puedo ayudar?- preguntó el cazador.
-Necesito cazar para no morir de inanición; sin embargo mi voluminoso tamaño me impide hacerlo- se lamentó el gato gordo, para luego continuar: -Si tú pudieras cazar por mí, sin duda alguna, los hados verían tu desinteresada acción con buenos ojos.
El buen cazador conmovido por el lamentable estado en el que se encontraba su colega se comprometió a brindarle sus servicios. Presto, se dispuso a cazar, y no pasó mucho tiempo cuando regresó con dos ratones, que el gato gordo devoró con avidez.
-Aún tengo hambre –reclamó-. Aún no puedo mantenerme en pie.
Obligado por la lástima que sentía, regresó a la cacería y trajo consigo otro par de roedores. Pero el hambre del gato gordo no parecía saciarse. Fatigado el gato fue en busca de más presas, pero esta vez sus fuerzas sólo le alcanzaron para una sola.
Con el ratón en la boca, sujetándolo por la cola, el gato fue al encuentro de su compañero.
El roedor, enterado del chantaje del que era objeto su lazador, le espetó: -¡Tonto, no vez que mientras más los alimentes menos serán sus posibilidades de ponerse en pie! Te ata la lastima; pero no deberías sentirte comprometido a ayudarlo, ya que su mal no proviene de la fortuna sino de sus acciones. Haciendo pasar mal por bien, abusa de tus buenas intenciones.
El gato que cayó en la cuenta del engaño del que era objeto, liberó al ratón y se marchó sin dar explicación alguna a su protegido.
-Hay personas que buscan que se condolezcan de los males que le acarrearon sus displicencias para ser proveídos y, así, continuar con sus vidas perezosas-
No hay comentarios:
Publicar un comentario