domingo, 15 de julio de 2012

EL CÍRCULO DE LA VIDA






Un hombre le preguntó a dios: ¿Cómo puedo alcanzar la inmortalidad?
Con el propósito de mostrarle el método para alcanzar la inmortalidad, al hombre se le concedió nacer y morir las veces que sea necesario, hasta encontrar, por sus propios medios, la respuesta a su pregunta.
En cada vida, el hombre buscaba la manera de no morir; sin embargo, era inevitable el envejecimiento y el posterior arribo de la muerte.
Transcurrieron muchas vidas, el hombre cansado de su devenir, decidió abandonar aquel ciclo incesante.
El postrimer día de su última vida, consciente de que no habría otras vidas, el hombre retozaba en las montañas, bajo la sombra de un cerezo en flor.
Era otoño, el viento cantaba dulcemente, acariciando con su frescor el rostro cansado del anciano.
Las flores encarnadas, en el esplendor de sus existencias, abandonaban este mundo, dejándose caer, llevar, suavemente en un  sinuoso vaivén, semejantes a innumerables veleros mecidos por la marea.
Tocaban el suelo con delicadeza, algunas rodaban sobre sus pétalos en un último suspiro, otras retomaban el vuelo impulsadas por el céfiro.
Aquella visión sublime, se grabó profundamente, en la mente del hombre. Todo acabaría, todo se olvidaría; más no la imagen de aquellas flores que hicieron de su breve vida y de su muerte una obra de arte.
En aquel instante, en el último minuto de su última vida, el hombre vislumbró la respuesta a su pregunta.

sábado, 3 de marzo de 2012

EL VIAJE DEL SALMÓN



Sé que he nacido en el mar, aunque hoy no recuerde como he llegado a este lugar. Tal vez, distraído me alejé del océano.
No es que en algún momento de mi vida haya emprendido el viaje; creo que sin darme cuenta me extravié en aguas desconocidas, semejante al niño que ocupado en sus juegos se aleja de su madre hasta perderla de vista.
Incluso ahora, el mar es una imagen borrosa en mis sueños. ¿Cómo es el mar? No lo podría decir.
Sólo recuerdo nadar en un espacio imposible de ser abarcado por los sentidos. Sólo recuerdo, la sensación de libertad, de una libertad conmovedora. Una emoción que te embarga al cerrar los ojos, y que sin darte cuenta dibuja una sonrisa en tu rostro. Sabes que te encuentras en el lugar correcto.
Respecto a mis compañeros, ellos no recuerdan el océano, por lo que lo consideran una ensoñación de filósofos. Lo toman por un mito de algún pueblo primitivo.
Me obsesiona volver al mar. Dejar este río. Abandonar la pequeñez por la grandeza; la opresión, por la libertad.
Adiós, compañeros. Me marcho. Los dejo. Parto en busca de mi sueño, de mi origen.
Todos ríen.
No creí que el camino fuera tan difícil. Nadar contra la corriente, cuesta arriba, sobre el lecho pedregoso. Qué difícil es.
Mi frágil cuerpo se estrella contra las rocas. Es acaso que mi alma también se quebrantará.
Salto sobre las cascadas; pero la corriente me arrastra al principio. Luego de muchos intentos, logró vencer la fuerza que me hace retroceder.
El camino ahora se me hace fácil. La pendiente es poca pronunciada, el caudal lo suficiente para remontar el río sin dificultad.
En verano, el sol se eleva. El calor seca el agua de las rocas. El caudal del río ha disminuido hasta ser un pequeño charco de agua empozado entre los cantos. Y día a día, el tamaño de aquel charco se reduce.
¿Acaso moriré en este lugar? Lejos de mi hogar. ¿Acaso moriré en esta gota de agua? Mi cuerpo se arrastra de manera dolorosa entre las piedras ardientes. Me contorsiono desesperado en busca de agua para poder respirar.
La sequia me sitia. Espero que la muerte llegue en cualquier momento. Pero no cejo en mi avance. Mi voluntad empuja mi cuerpo.
La Fortuna me ha bendecido con la lluvia; el agua cubre el desierto. Nado poseído por un nuevo espíritu, con fuerzas renovadas.
Muchos han perecido; la sequia los ha matado. Pero yo no he sucumbido, me he sobrepuesto al destino y a la muerte. A pesar que ya no soy el mismo de antes: mi cuerpo ha perdido su dulce color anaranjado y se ha tornado gris y mis aletas duras, ahora son marañas de hilachas.
El río parece ensancharse. Me siento transportado por una misteriosa corriente. El sabor del agua es distinto. ¿Será el gusto de la sal?
Soy expulsado a la inmensidad. He llegado. Lo he logrado. Nado en las aguas inconmensurables del océano. Lágrimas bañan mis mejillas.
Cierro los ojos, y una sonrisa se esboza en mi rostro; al abrirlos, me percato que no estoy sólo. Otros salmones nadan en torno a mí. ¡Pero qué distintos a mis antiguos compañeros! ¡Qué majestuosos! ¡Qué imponentes! Sus miradas están llenas de sabiduría y sus voces son profundas.
Al percatarse de mi presencia, uno de ellos se acerca, parece resplandecer. Me dice: Bienvenido, te estuvimos esperando.