Al día siguiente, cuando la
humanidad despertó, se miró al espejo, y vio su reflejo sin el velo que la
cubría. Lo que vio le aterró, porque se distinguió pequeña, y se preguntó ¿Cuál
era la misión de seres tan minúsculos en este Universo inconmensurable? ¿Cómo,
con brazos tan pequeños, podían soportar el peso del cielo?
La humanidad se sumergió en la
tristeza, y le dieron la espalda a la Sabiduría. Al no resistir la realidad,
decidió despojarse de lo más valioso que tenía: su alma. El alma le había
brindado el amor por las cosas grandes y verdaderamente importantes de este mundo;
y sin ella, la Humanidad perdió la conciencia de su verdadera importancia.
En los primeros años de la humanidad, cuando éramos el centro del Universo, un grupo de hombres invocó al espíritu de la Sabiduría. La deidad se infiltró en las mansiones construidas por nuestros primigenios padres; y cierta noche, sin que nadie lo notará, abrió los portones y dejó entrar al fantasma de la Verdad.
Abandonaron las antiguas
mansiones, conquistadas ahora por el espíritu de la Sabiduría y de la Verdad; y
desnudos, los hombres se cubrieron con objetos, y se dedicaron a perseguir empresas
banales. Ocupaban sus mentes con pequeñeces y con cosas sin importancia.
Construyeron un nuevo mundo con ilusiones que eran fáciles de domeñar. Se
enorgullecían de lo que les era ajeno; y se avergonzaban de lo esencial en
ellos; creían viajar en busca de una respuesta; pero en verdad huían de la
Verdad. Muy pronto, fueron incapaces de
definirse por sí mismos, e hicieron de las vágatelas que atesoraban su
definición.
Hasta la tarde, que un hombre se
topó con un mono. Este se asemejaba bastante al hombre. Extrañamente, antes los
monos no parecían haberse asemejado tanto a los seres humanos. Entonces el
animal le habló y él le entendió
¿Acaso, estos animales han dado un paso
adelante? Se preguntó el hombre ¿Acaso han cruzado el puente?
Y el hombre cayó en la cuenta que
los monos nunca se habían movido. Fueron los hombres, que escapando del espíritu
de la Verdad, habían desandado sus pasos, y se habían ubicado en el lado
opuesto del puente.
Con la conclusión que había
llegado, después de mucho meditar, el hombre, nuestro hombre, se despojó de las
bagatelas que por tanto tiempo le habían definido, y cruzó el puente, en busca
de su alma, que aún habitaba las mansiones construidas por nuestros primeros
padres, en un tiempo cuando la humanidad era el centro del Universo, y sostenía
con sus fuertes brazos el cielo.
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