Un joven
samurái conversando con su anciano maestro, en cierta ocasión critico el estilo
de vida del legendario espadachín Miyamoto Musashi.
-No entiendo a
qué se debe la fama de este hombre, dijo el imberbe discípulo, no sirve a
nadie, no cumple con las ceremonias y ritos, no se despierta antes del alba,
entrena cuando mejor le place, no viste armadura, aun así es muy temido entre
el populacho y respetado entre los samuráis, incluyendo a los de alta jerarquía
como lo es el señor Munenori- vituperó.
-Y dime, joven
aprendiz, no ha llegado a la perfección en el uso de la espada.
-Así parece,
maestro –respondió el joven.
-¿Entonces, a
qué se debe tu sorpresa?
-A que siendo
tan indisciplinado haya logrado tanta habilidad en blandir la espada.
-Entiendo tu
duda, y nace del concepto herrado que tienes de la palabra disciplina. Mira,
sígueme. Observaremos al señor Musashi, como el naturalista estudia el tigre.
Así descubriremos, por qué no haciendo lo que tú has dicho ha alcanzado tanta
perfección en el Arte de la Espada.
Aún era muy
temprano, cuando hallaron a Musashi, aún dormido, tumbado bajo la sombra de un
árbol de cerezo. El joven meneó la cabeza de manera desaprobatoria.
El ronin,
samurái sin amo, se despertó alrededor del mediodía. Lavo su rostro y su cuerpo
en un arroyo cercano. Fue al pueblo, como un monje mendicante se hizo de unas
monedas.
-Este hombre es
una desgracia -condenó el joven samurái- mendiga para comer.
Tamaña fue su
sorpresa cuando observó que el vagabundo iba a una armería y compraba lijas y
una piedra para pulir y afilar su arma. Luego le siguieron hasta un bosque
alejado, donde cazó unos ratones y arrancó unas raíces los cuales cocinó en una
mugrienta cazuela de metal, que contrastaba con el brillo de su arma.
-Mira, cuida
de su espada más de lo que cuida de su apariencia- afirmó el Maestro.
Luego de
comer, Musashi se tumbó al borde del río que atravesaba el bosque.
-Se quedó
dormido otra vez. Este hombre es la mar de perezoso- sentenció el discípulo.
A la mitad de
la tarde Musashi se levantó de un golpe, como impulsado por una fuerza
interior. Era evidente que no había estado durmiendo. Desenvainó su espada y
comenzó a luchar con enemigos invisibles.
-Se ha vuelto
loco, maestro.
-Tonto, nos
ves que todo este tiempo se echó a meditar, no al estilo zazen, dejando la
mente en blanco, sino al estilo bushi, mentalizando sus técnicas, y ahora las
práctica en una situación controlada, imaginando a sus oponentes.
Luego Musashi,
recogió sus cosas y las guardó en un bolso que colgaba de su brazo derecho,
envainó su espada, y sacó de su faldón una hoja de papel, una pluma y un
tintero, y apoyando el papel en una tablilla de madera comenzó a escribir. Y sin dejar de escribir, comenzó a andar, y
subió por unos montes, hasta llegar a la cima del más alto.
Hasta allí lo
siguieron el maestro y el discípulo.
-¿Maestro qué
hace?
-Escribe
ideas, tal vez sobre cómo mejorar las técnicas que ha mentalizado, con el
propósito de no dejarse engañar por su propia mente.
Luego, pareció ocultarse entre los matorrales.
-¿Qué está
haciendo ahora, maestro?
-Ahora parece
estar dibujando un mapa de la zona.
Musashi se
quedó observando por varias horas el dibujo que había realizado.
Era la
medianoche. Abajo, en un claro del bosque se encendieron unas lámparas. Unos
veinte hombres levantaron un campamento. Al rato dos hombres se incorporaron a
la pandilla, hacían labores de vigías, informaron, al que parecía el jefe de
todos esos, que los alrededores estaban tranquilos y sin rastro alguno de otros
hombres. Tras oír estos informes los demás se tranquilizaron, prendieron un
fuego y comenzaron a preparar la comida, mientras bebían sake.
El maestro y
el discípulo se olvidaron por un momento del vagabundo.
-¿Quiénes son
estos hombres, maestro?
-Parece ser la
recua del famoso ladrón y asesino Tengu. Parece que se prepara a asaltar este
pueblo. Debemos avisar a su señoría.
Sin embargo,
apenas había terminado de hablar, cuando vio una sombre que arremetía contra la
banda de ladrones. Era Musashi que atacaba de manera frontal. En silencio
corrió en línea recta hacía el jefe, y de un tajo certero le partió en dos, sin
dejar de correr de manera maquinal se ocultó entre los árboles.
Los ladrones
se encontraban conmocionados, no daban crédito a lo que estaba sucediendo.
Luego, dos hombres, uno luego del otro, prorrumpieron con gritos desgarradores.
Uno se cogía la garganta cercenada, el otro el vientre destajado, ambos cayeron
muertos.
¡Nos atacan! Gritaron,
cogieron sus armas, pero para esto ya habían caído dos ladrones más. Musashi
atacaba a los más alejados del grupo, a los que se encontraban en las aristas.
Dejaba que lo persiguieran, y conociendo el terreno, corría en círculo y los
atacaba por la retaguardia. Los llevaba a lugares estrechos donde el número
dejaba de ser una ventaja. A veces se confundía con los ladrones y aparecía
entre ellos para traer la muerte a los incautos; otras veces parecía acosarlos
como el perro acosa a las ovejas manteniéndolas en un grupo ajustado, mordiendo
a las que se salían del grupo.
En un par de
horas Musahi acabó con todo los ladrones. Se sentó a beber y a comer, donde
hasta hace poco lo habían hecho sus víctimas.
El maestro y
el discípulo bajaron de la montaña y se reunieron con el Ronin. El joven
samurái estaba fascinado por la acción de Musahi.
-Le
agradecemos, señor, por proteger a este pueblo, y por mostrarnos su iluminada
habilidad.
Musashi no
parecía sorprendido de ver a los dos hombres. Secamente respondió: no lo hice
por proteger a este pueblo; lo hice porque necesitaba aplicar lo que había
reflexionado durante todo el día. Ahora dejen de seguirme.
Alumno y
maestro regresaron al castillo. Y reflexionaron sobre lo que habían visto el
día anterior.
-¿Ahora crees
que Musashi es disciplinado?
-Así es,
maestro.
-¿Porque tu opinión
ha tomado otro cariz?
-He visto que
Musashi sacrifica mucho para perfeccionar su arte.
-¿Y qué más?
-Es metódico,
en el sentido que integra el aspecto mental (Estudio), espiritual
(Mentalización) y corporal (Entrenamiento).
-Qué hubiese
pasado con Musashi, si en la mañana se hubiese levantado pensando en una cosa,
en la tarde hubiese estudiado otra, y durante la noche hubiese hecho otra.
-Sin duda, no
sería tan bueno como lo es. Su perfección nace porque se levanta pensando en el
arte de la guerra, estudia el arte de la guerra y hace el arte de la guerra, no
importa dónde y cuándo.
-.A eso le
llama enfoque. Ahora, porque invertía tanto tiempo analizando cada situación.
-Creo, porque
buscaba la mejor manera de hacer las cosas.
-A eso se le
llama efectividad, hacer lo que nos proponemos y de mejor manera en cada
momento. Ahora bien, crees que el hecho de mantener limpias sus ropas mejoraría
su técnica.
-En lo
absoluto. Sin embargo, estudiar, mentalizar y entrenar más si lo harían.
-A eso se le
llama causalidad. De igual manera que por más limpia que tengamos nuestras
prendas esto no evitará que nos mojemos cuando llueva; o que entrenar con una
espada ayudaría al alfarero a elaborar las teteras más hermosas.
-Así lo
entiendo, maestro. Sin embargo, ahora me siento confundido.
-¿Por qué?
-Parece que lo
que hago –levantarme temprano, mantener mis prendas limpias, obedecer a raja
tabla lo que ordenan mis superiores, hacer ejercicio físico sin el objetivo de
mejorar una técnica de pelea, no me hace mejor samurái.
-En eso estas
equivocado. Tu misión, como samurái es servir a tu señor, y las acciones que
realizas ayudan a que le sirvas mejor. La misión de Musashi es ser un gran
espadachín y las acciones que realiza ayuda a que esto sea así.
-Entonces, la
disciplina debe ser juzgada de manera distinta para cada profesión. La
disciplina del samurái no es la misma que la disciplina del ronin, o del
alfarero.
-Así es. Y
debes entender que la disciplina la compone el entendimiento de nuestra misión,
pasión por cumplir está misión, mantener preparadas nuestras herramientas
(incluso nuestro cuerpo, mente y espíritu), el enfoque, el método correcto para
cada profesión, la efectividad en nuestras acciones y la causalidad de estas (o
la relación directa que cada acción tenga con la consecución de nuestra misión).
-Ahora lo
entiendo, maestro. A partir de ahora tendré en mejor consideración al señor
Musashi, y trabajaré como él con el propósito de servir mejor a mi señor.